martes, 26 de junio de 2012

Sócrates

Sócrates fue castigado por la sociedad. Es inevitable que las personas como Sócrates sean castigadas porque son individuos y no permiten que nadie les domine. Fue envenenado. Estaba tumbado en la cama mientras el hombre que tenía que darle el veneno lo estaba preparando. Atardecía, era la hora convenida. La corte había decidido la hora exacta, pero el hombre lo estaba retrasando. Sócrates le preguntó:
-El tiempo pasa, el sol se está poniendo, ¿por qué te estás re­trasando?
Este hombre no podía creer que alguien que estaba a punto de morir fuese tan escrupuloso con la hora de su muerte. En realidad, debería estar agradecido por el retraso. Él adoraba a Só­crates. Le había oído hablar en la corte y había visto la belleza que había en él: él solo tenía más inteligencia que todo Atenas. Quería retrasarlo un poco para que Sócrates pudiera vivir un poco más, pero Sócrates no se lo permitió. Le dijo:
-No seas vago. Trae el veneno.
Mientras se lo estaba dando, le preguntó:
-¿Por qué estás tan emocionado? Te veo tan radiante, veo tanta curiosidad en tus ojos. ¿No te das cuenta? ¡Vas a morir!
Sócrates dijo:
-Eso es lo que quiero conocer. La vida ya la conozco. Ha sido hermosa; con todas las ansiedades y las angustias pero, a pesar de todo, ha sido un placer. Simplemente respirar es una gran alegría. He vivido, he amado; he hecho todo lo que he querido, he dicho todo lo que he querido. Ahora quiero saborear la muer­te, y cuanto antes mejor.
Sólo hay dos posibilidades: que mi alma siga viviendo bajo otras formas, como dicen los místicos orientales; eso es muy emocionante, viajar con el alma libre del lastre del cuerpo. El cuerpo es una celda, tiene sus limitaciones. 0 quizá tengan razón los materialistas, y cuando muere tu cuerpo, muere todo. Después ya no queda nadie. Eso también es muy emocionante: ¡no ser! Sé lo que significa ser y ha llegado el momento de saber lo que significa no ser. Y cuando ya no soy, ¿qué problema hay? ¿Por qué me tendría que preocupar? Yo no estaré allí para preo­cuparme; de modo que ¿para qué perder el tiempo ahora?
Así es el hombre que se ama a sí mismo. Escogió incluso la responsabilidad de su muerte, porque el tribunal no tenía nada contra él; solamente era el prejuicio del público, el prejuicio de la gente mediocre que no podía entender la chispa de la inteli­gencia de Sócrates. Pero eran la mayoría, y decidieron darle muerte.
No pudieron rebatir ni un solo argumento de Sócrates. Creo que ni siquiera entendían lo que les estaba diciendo, eran inca­paces de responder. Y él destruyó todos sus argumentos. A pesar de todo, se trataba de una democracia; los ciudadanos decidieron que era peligroso y había que envenenarle.
¿Cuál era su delito? Su delito fue que «hace rebelde a nues­tra juventud, los vuelve escépticos, se vuelven raros. Crea una brecha entre los mayores y los jóvenes. Ya no nos escuchan, dis­cuten por todo, y es por culpa de este hombre».
Pero los jueces eran mejores que la gente corriente. Le dije­ron a Sócrates:
-Te damos varias alternativas. Si te marchas de Atenas y pro­metes no volver nunca más, te podrás salvar de la muerte. Pero si quieres quedarte en Atenas, tendrás que dejar de hablar, en­trarás en silencio. En ese caso, también podremos convencer a la gente de que te dejen vivir. Si no, la tercera alternativa es que mañana, al ponerse el sol, te tendrás que tomar el veneno.
¿Qué hizo Sócrates? Dijo:
-Estoy dispuesto a tomarme el veneno mañana u hoy, cuan­do esté preparado, pero no puedo dejar de decir la verdad. Si es­toy vivo, seguiré diciéndola hasta mi último aliento. No me pue­do ir de Atenas sólo para salvarme, porque si no, me sentiré como un cobarde que se asustó de la muerte, que se escapó de la muerte, que ni siquiera pudo tomar la responsabilidad de su muerte. He vivido según mi propio pensamiento, sentimiento, ser; quiero morirme así también. Y no te sientas culpable. Nadie es responsable de mi muerte, soy yo el responsable. Sabía que iba a suceder, porque hablar de la verdad en una sociedad que se basa en la mentira, la decepción y la ilusión es tentar a la muer­te.
El libro del hombre / Osho